Las artes de pesca perdidas o desechadas, que siguen atrapando peces y otros animales, constituyen una faceta particularmente siniestra de la contaminación oceánica
Las Provincias.es
ILUSTRACIÓN: LAURA RICO
En realidad su nombre técnico es ALDFG, por las siglas inglesas de la expresión ‘artes de pesca abandonadas, perdidas o desechadas’, pero la manera más común de referirse a ellas es ‘redes fantasma’. Y pocas veces un apelativo coloquial ha resultado más gráfico. Al igual que los espectros de las novelas góticas, las redes fantasma tuvieron alguna vez una vida, un periodo útil en el que atrapaban peces para los pescadores, pero su existencia actual viene a ser una sombra siniestra de aquel pasado: aunque ya nadie aproveche las capturas, ellas siguen desempeñando su tarea por su cuenta, durante un periodo de tiempo que puede extenderse cientos de años, igual que fantasmas traslúcidos que no se han enterado de su muerte. La gran diferencia con las apariciones de la literatura y el cine es, claro, que estas artes de pesca son indiscutiblemente reales y causan incontables víctimas en la fauna marina. ¡Eso sí que es terrorífico!
La preocupación por las redes fantasma es cosa de las últimas décadas. Por un lado, porque se encuadra en la inquietud, cada vez más extendida, por la contaminación del mar con plásticos. Por otro, porque la generalización y la globalización de los materiales sintéticos en las artes de pesca se ha disparado en el último medio siglo: el plástico ha desplazado a las fibras tradicionales como el cáñamo, el sisal, el lino o el algodón. La FAO, la organización de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, confeccionó hace once años un informe que sirvió para despertar conciencias acerca de este problema –«los plásticos modernos pueden durar seiscientos años en el entorno marino», alertaba– y continúa insistiendo hoy en la gravedad de este fenómeno: según sus estimaciones, cada año acaban en el mar 640.000 toneladas de artes de pesca, desde gigantescas murallas de trasmallo hasta cientos de miles de trampas para marisco. Se calcula que el 46% de la Gran Mancha de Basura, el continente flotante de residuos del Pacífico, está compuesto de redes.
En algunas ocasiones, han acabado perdidas en el mar de manera accidental, como resultado de temporales y golpes de mar. Otras veces, se quedan enganchadas en el fondo y resulta imposible izarlas a bordo. Y las hay que fueron abandonadas de manera consciente y voluntaria: es el caso de los pescadores ilegales que se desprenden de sus artes cuando son sorprendidos por alguna patrullera. Las consecuencias negativas son muy numerosas. Las partes flotantes siguen ejerciendo su función, en lo que se llama ‘pesca fantasma’, mientras que las enganchadas al fondo alteran el ecosistema oceánico. Además, pueden plantear riesgos para la navegación y, por supuesto, suponen también un despilfarro de recursos desde el punto de vista económico, al acabar con millones de peces que habrían tenido interés comercial.
«Se siguen acumulando constantemente. La única manera de parar esto es la prevención, con medidas políticas que reduzcan los residuos de la actividad pesquera»JENNY IOANNOU
«Y no solo peces. También enredan a tortugas marinas, delfines, marsopas, aves, focas… Estos animales se introducen en las redes, incapaces de detectarlas a simple vista o mediante el sónar, y quedan atrapados. Los mamíferos marinos y las aves no pueden volver a la superficie a respirar», detallan en WWF, donde destacan su efecto sobre especies en peligro de extinción como la foca monje de Hawái o las vaquitas marinas. Para redondear este panorama desolador, las redes acaban descomponiéndose en microplásticos que son ingeridos por la fauna. Según un informe reciente de WWF, cada año acaba abandonado en el mar el 6% de las redes que se utilizan para faenar, así como el 8,6% delas trampas y nasas.
Alfombras y calcetines
«Se siguen acumulando constantemente. La única manera de parar esto es la prevención. Eso incluye la adopción de medidas políticas que reduzcan los residuos de la actividad pesquera, pero también hay que pensar en la educación y en el diseño innovador», reflexiona Jenny Ioannou, portavoz de Healthy Seas, una organización centrada en combatir este problema. La FAO ha planteado algunos puntos necesarios para que esa prevención sea eficaz: habría que marcar las redes de manera que sean trazables hasta su propietario, mejorar los avisos sobre extravíos de material, ofrecer incentivos económicos para su recuperación y mejorar los sistemas de reciclaje.
LA CIFRA
150.000trampas para cangrejos se extravían o abandonan cada año en la Bahía de Chesapeake, en la costa atlántica de Estados Unidos. Es una de las cifras que ofrece la FAO como ejemplo que evidencia el alcance del fenómeno de las redes fantasma.
La otra vertiente de la lucha contra las redes fantasma es, lógicamente, su retirada de los océanos. Healthy Seas, que trabaja con buceadores voluntarios y en colaboración con pescadores en el Mediterráneo, el Adriático, el Mar del Norte y el Pacífico, ha recuperado en los últimos siete años más de quinientas toneladas de redes desechadas, que después se reciclan para confeccionar distintos artículos: según explican, una tonelada de residuos de nailon puede proporcionar material para 23.000 pares de calcetines o para novecientos metros cuadrados de alfombra.
«Retirar las artes de pesca fantasma supone a veces un desafío. Son peligrosas y requieren la habilidad de submarinistas experimentados. Las misiones de buceo tienen, además, un alto coste: el combustible, los gastos de viaje, el alquiler de la embarcación… Y, además, el marco regulador es distinto en cada país –desarrolla para este periódico Jenny Ioannou–. Normalmente recibimos el aviso de pescadores o de otros buceadores sobre la ubicación de una red fantasma y, entonces, los submarinistas voluntarios estudian la posibilidad de una limpieza. Ese material no termina en un vertedero: regeneramos las redes junto a otros residuos de nailon y sirven para hacer alfombras, calcetines, accesorios y ropa de deporte y de baño». Una vez que los ‘cazafantasmas’ submarinos han completado su tarea, el reciclaje del nailon de Healthy Seas se lleva a cabo en una factoría de Eslovenia, mientras que otros plásticos como el polietileno o el polipropileno pasan a compañías como Bracenet, que confecciona pulseras y correas para perro. Los responsables de Healthy Seas insisten en que estos objetos tienen la belleza añadida de haber ayudado a sanear el mar, como si su pasado de fantasmas también se reciclase en un espíritu especial.
«Separar las redes es un proceso muy tedioso, pero el resultado es excelente»
Una de las fundas de Popsicase, con ilustración marítima de Rena Ortega.
Con redes recicladas se fabrican objetos muy diversos: ropa, pulseras, mochilas, alfombras, trajes de baño, correas de reloj, alfombrillas de coche… Las más finas pueden desentramarse para conseguir un hilo que después se emplea, por ejemplo, en la confección de bikinis, mientras que las más gruesas se funden en ‘pellets’ de cara a obtener nuevos productos. Un ejemplo de empresa que utiliza nailon de redes como materia prima es la barcelonesa Popsicase, dedicada a producir fundas de móvil. En principio, su idea era simplemente fabricar originales carcasas con mango, pero María José Pedragosa, una de las fundadoras, había trabajado en conservación medioambiental y llevó el proyecto por la senda ecológica.
«Ahí empezó nuestra aventura», dice. Optaron por las redes inspirados en la marca chilena Bureo, que utiliza ese material para fabricar tablas de skate. «Vimos que era posible recolectar las redes y procesarlas para dar lugar a una poliamida que funciona muy bien a la hora de inyectar. Tuvimos que trabajar codo con codo con moldistas e inyectores, que eran muy reacios a usar un material tan nuevo y tan ‘reciclado’», explica María José.
«Las redes nos llegan todas juntas, llenas de restos orgánicos y, en ocasiones, con metales –relata–. Debemos separar las diferentes redes según su naturaleza, en un proceso manual y muy tedioso. Pero, a partir de ahí, todo es fácil y el resultado es excelente».
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